“Siempre es levemente siniestro volver a los
lugares que han sido testigos de un instante de perfección.”
Ernesto Sábato. Sobre héroes y tumbas.
Hace
exactamente un mes me levanté con un cartelito imaginario que flotaba sobre mi
cabeza, que me perseguía a donde fuese. Cuando estaba en la ducha las gotas le
resbalaban por los costados, al desayunar el vapor del café le daba aspecto
borroso, al caminar deprisa las esquinas se doblaban con el efecto de la
velocidad. Era un calendario. Hoy desapareció porque se le cayó la última hoja:
estoy a punto de entrar en el día cero. Otra vez otro día cero. En unas horas despega mi avión y dejo este país que ya es mío.
De momento. He aprendido a no usar dos adverbios: nunca, siempre. Hoy me voy.
Cargada como no viajé antes, y no hablo de maletas. Quién sabe cuándo volveré,
bajo qué propósito, cuál será mi equipaje, mi compañía.
Ese cartelito ejercía un cierto peso sobre mi conciencia y me mantenía con los pies bien pegados al suelo. Algo muy necesario para un mes como este último, de últimas cosas por hacer, nostalgias inevitables y despedidas, despedidas, despedidas. Demasiadas despedidas! Ché argentos, no estaré tan lejos, son solo doce horas de avión, no me soltéis la mano. Estaré a la vuelta de la esquina, colgada del skype, con los dedos hundidos en el whatsapp, asomada a este blog, pendiente de vuestras noticias y especulando sobre cuándo volver a poner los pies sobre esta tierra.
El maldito
calendario cumplió todas las amenazas que trajo a mi imaginario desde la mañana
que apareció. Y me hizo sentirme en este país del fin del mundo como en el país
de las últimas cosas. Definitivamente el día que Martín me dijo que empezaba a experimentar
la misma sensación de las últimas cosas, últimos actos, últimos encuentros (más
pesado para él que se despide de las calles que lo vieron crecer, como Isabel,
solo que ella iniciará la despedida cuando el avión toque Madrid, cuando no
estén sus amiguitos, sus terapeutas, sus maestras). Apocalíptico como el de
Auster, pero desde un lugar amable, acogedor, desde el lugar que he ocupado
estos últimos diez años (sin destrucción y sin Auster, por supuesto).
Así que
sin querer la idea me ha obsesionado durante todos estos días, haciendo el
balance de las últimas cosas y anotándome en el debe y en el haber cuáles
podría evitar y cuáles me arrepentiré de no hacer. Bajo esa enfermiza lógica me
he encontrado durante todo el mes pasando por lugares abandonados por mis
costumbres hace tiempo, tomando cafés sola en bares donde alguna vez me pasó
algo, caminando por el centro de Buenos Aires mirando hacia las cúpulas de los
edificios, como tratando de memorizar la silueta de la ciudad.
En esos
recorridos, a veces por las calles, a veces por mi memoria, me he visto a mí misma
ajena a ésta que soy hoy, como proyectada en una pantalla que aparece detrás de
mí cuando desaparece la presión del calendario. He visto aquella vez que fui a
la cancha de Boca pocas horas después de haber aterrizado por primera vez y me
fasciné con la doce y con el vértigo de la Bombonera y pensé que yo podía ser
igual, apasionada y salvaje un domingo por la tarde. Y después nos
fuimos al parque Lezama para buscar el banco donde Martín, el personaje de
Sábato, se sentaba triste y pensaba en Alejandra. O la primera vez que pasé un
fin de semana en Buenos Aries siendo becaria en Uruguay, y al cruzar la 9 de
Julio y ver al fondo el obelisco iluminado sentí que estaba en el centro del
mundo, en el lugar exacto en el que tenía que estar, con esa seguridad de que
el mundo sería mío, de que la conquista solo acababa de empezar y de que no
podía haber otro lugar en el mundo más cierto que Buenos Aires. O la primera
vez que pasé una tarde en el barrio de San Telmo con la compañía de una amiga y
varias cervezas con maníes y la bohemia trepándonos a la conciencia mientras comparábamos
ese Buenos Aires presente con el París de Cortázar, creyendo que entendíamos mientras soñábamos con aprender a bailar tango en algún café tradicional del brazo de un
viejo profesor. O la primera vez que me fui de milongas con mis zapatos de
tango recién comprados y pensé que a través de esa dinámica de sacarlos del
bolso en cada bar y calzármelos y lanzarme a la pista y dejar los míos abandonados
bajo una silla, mezclados con vasos y botellas y zapatos ajenos, me convertía
en una más que de tan porteña pasaba desapercibida. O la primera vez que estuve
en la Plaza de Mayo sobre los pañuelos pintados de las madres de desaparecidos
y después caminé por toda la avenida hasta llegar a la plaza del Congreso y me maravillé con El Pensador de Rodin, negro y solo entre tanta avenida. O
aquella vez que Martín me llevo al laberinto del Parque Chas a perdernos entre
sus callejuelas y los cuentos de Borges y de Bioy Casares y la magia de cada
esquina de Buenos Aires de la que Martín siempre ha tenido una historia para
contar. Como dijera Borges, las calles de Buenos Aires ya son mi entraña.
Y hoy
siento todos esos días demasiado lejos. Era joven e ingenua. Joven. Hoy soy
joven pero vieja. Siento que ha pasado un tiempo enorme que hasta hace poco lo
medía en triunfos de los días con Isabel sobre mi pasado, en una especie de sentido
ascendente de la vida. Hasta hace tan poco, pero en realidad un tiempo tan enorme...
“Un tiempo enorme, porque no se medía por
meses y ni siquiera por años, sino, como es propio de esa clase de seres, por
catástrofes espirituales y por días de absoluta soledad y de inenarrable
tristeza; días que se alargan y se deforman como tenebrosos fantasmas sobre las
paredes del tiempo”. E. Sabato.
Me gustaría que esta entrada fuera una
historia sobre vacaciones, que este fuera un blog de viaje, que ese avión al
que subiré en unas horas me llevara a algún destino atrapante. Por primera vez en mi vida no tengo ganas de
ir al aeropuerto ni de despedirme de mi vida argentina. No tengo ganas de
estar en mitad del vuelo mientras todo el mundo duerme y sentir que un
pensamiento me cruza como una punzada y entonces necesito sentarme a escribir en estas hojas. No tengo
ganas de estar rodeada de gente que se va de vacaciones, de charlar con la mamá
de al lado sobre cómo se porta su nene en el vuelo o cuántas ganas tiene de
llegar a ver a sus abuelos y que me pregunte qué tal nosotros, porque nosotros
no vamos a ver a los abuelos, nuestro viaje es como el manotazo de un ahogado
que trata de salvar su vida. Podría estar en un cohete preparado para despegar
a la luna con toda la NASA revoloteando a mi alrededor y todas las televisiones
del mundo pendientes del momento y no tendría estos nervios agarrados en las
entrañas, que van a ir saliendo conforme pasen los primeros días en Madrid.
“Yo quiero morir contigo, sin confesión y sin
dios, crucificado en mi pena, como abrazado a un rencor.”E. Sábato
Isabel
nos ha dotado de un mágico estado ausente de expectativas: Martín ha perdido el
miedo a volar, yo he perdido el miedo a la rutina. La vida con ella hoy es una
aventura llena de macabros desafíos, el camino nos pone a prueba sin piedad y
de forma constante. El ejercicio de desprendernos de Buenos Aires ha sido un
verdadero ejercicio de cómo disfrutar esta ciudad sin reparos, de ejecutar un definitivo
desprendimiento material de cosas, de estrechar los lazos más profundos con mis
amigas ante la amenaza de la distancia.
Buenos
Aires me ha regalado lugares y recuerdos, pero sobre todo me ha regalado
amigas. ¿Hay algo mejor que la amistad entre mujeres? ¿Hay un amor tan leal y
honesto como el que te corresponde una amiga con una mirada cómplice, una tarde
perdida entre cafés o una noche de confesiones con vino y alcohol y acostarse de
madrugada (y estar todo el día siguiente dormida en el trabajo pero con una
sonrisa en la boca)? Esos son mis tesoros de Buenos Aires. No son mis recuerdos
ni sus calles ni sus tangos ni sus libros viejos derramados por las librerías
de Corrientes. Son estas amigas leales que han visto nacer a Isabel, que han
ejercido de tías de carne, de compañeras de maternidad, de guardianas de cada
lágrima de miedo de los últimos meses. Extrañaré las tardecitas de Buenos Aires, que tienen ese, qué se yo, viste…. Pero
sobre todo extrañaré a este pequeño ejército de amigas que han sabido estar por
que han entendido que simplemente tenían que estar. Con ellas no hay últimas cosas
ni gestos, solo últimos lugares en Buenos Aires y la promesa de buscar los
nuevos lugares para nuestro nuevo día a día.
Chau
Buenos Aires. En realidad no me voy hoy, me estaré yendo poco a poco. Esta
ciudad vio nacer a Isabel y me vio transformarme a mí. Antes de irme del todo
seguro que estoy de vuelta para volver a irme poco a poco. En realidad creo que
nunca me iré del todo.
Me hiciste llorar, Beatriz... Los voy a extrañar mucho, mucho. Hasta que nos veamos, pronto. Un gran beso y un enorme abrazo, como el que te di este sábado, con todo el cariño que te supiste ganar, sin ningún esfuerzo, porque sos así.
ResponderEliminarQue el viejo continente los espere con tanta emoción como la de un abuelo esperando a sus nietos.
ResponderEliminarLes deseo todo el amor, la felicidad, la sanación y la abundancia. Que puedan seguir sin expectativas asi se maravillan con lo nuevo y puedan fluir vacios y livianos.
Buenos Aires tiene ese no sé que que siempre nos esperará con los brazos abiertos y más aún si eres europeo ajajajajajaja
BESOTES HERMOSA!!!!!!!!!!!!!!!
LINDO CAMINO :)
Jóse
Siempre es duro dejar un lugar en el que has sido feliz, más aún despúes de tantos años, probablemente los mejores de tu vida, pero no pienses en lo que te dejas sino en lo que te llevas contigo y en los que tan ansiosamente os esperamos aquí.
ResponderEliminarBesos Tita Taro.
Llevo días sin asomarme al blog y me he encontrado con dos entradas nuevas, a cual más emotiva y descarnada. Ha sido un viaje duro y triste, pero afrontarlo con vuestra valentía y vuestro ánimo ha permitido que las cosas se hayan ido poniendo en su sitio con prontitud.
ResponderEliminarEs realmente triste dejar atrás a buenos amigos, sin embargo, vivir en estos tiempos nos permite disfrutar de la compañía de aquéllos que están a miles de kilómetros. Sé que no dejarás que se pierdan en el tiempo y la distancia.
Y espero que los que estamos aquí (casi al lado) os acompañemos en este camino cruel con el mismo acierto y mimo que los amigos que dejáis en Argentina. Pondremos empeño.
Os queremos
Bea querida, a cual de todas las entradas más emotiva, desgarradora, impresionante y todo lo que se me pueda ocurrir que es poco. Me quedo de este lado del mundo pero te tengo siempre, siempre presente. Mis lágrimas no paran de caer porque a pesar de conocerte profundamente y saber el dolor que llevas por dentro, la imagen que se me viene a la mente es esa Bea siempre para adelante, sonriente, positiva, alegre y todo eso que siempre me hizo sentir una admiración tremenda por ti. Te quiero muchísimo. Beso enorme. Mariana
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