Madrid.
Esta ya no es la ciudad que dejé, la que fue la “ciudad de mis amores”, la
mejor ciudad del mundo. No significa que no pueda volver a serlo, pero nos
tendremos que ganar la una a la otra. Y sospecho que esta vez no habrá
enamoramientos como el de los 18 años. No dudo que lleguemos a un estado de
perfecto entendimiento, e incluso vuelva la relación de amor odio que me
enganchó tantos años. Cero contradicciones, Madrid es así. O era así. Me
encantaba vivir inmensa en su asfalto hasta llegar al hartazgo total y
necesitar volar en mi coche hacia Almería para oxigenarme frente al mar entre
los míos. Así era Madrid, tenía la amabilidad de dejarme Almería al alcance de
la mano. Ninguna otra ciudad tuvo esa virtud.
No tengo expectativas. Confío en que nos llevaremos bien. Pero me abruma la elegancia de esta ciudad. Será que tengo la mirada aporteñada. O que la recuerdo con ojos más rebeldes, como de otra época. Como de otra vida, por eso es correcto no tener expectativas, dejarme llevar y cada tanto hacer un intercambio de caprichos con esta ciudad. Lo bueno es que después de 12.000 kms de océano por medio pareciera que miro por mi ventana hacia fuera y si achico los ojos en vez de ver el parque del oeste y la sierra madrileña a lo lejos, lo que veo es Almería y las gaviotas que salen a recibirte a la carretera cuando vas llegando.
No tengo expectativas. Confío en que nos llevaremos bien. Pero me abruma la elegancia de esta ciudad. Será que tengo la mirada aporteñada. O que la recuerdo con ojos más rebeldes, como de otra época. Como de otra vida, por eso es correcto no tener expectativas, dejarme llevar y cada tanto hacer un intercambio de caprichos con esta ciudad. Lo bueno es que después de 12.000 kms de océano por medio pareciera que miro por mi ventana hacia fuera y si achico los ojos en vez de ver el parque del oeste y la sierra madrileña a lo lejos, lo que veo es Almería y las gaviotas que salen a recibirte a la carretera cuando vas llegando.
Sabía
que el aterrizaje sería duro, pero no me paré a pensar que también sería
complicado. ¡Complicadísimo!! Con todas las agendas cruzadas de médicos y
terapias para Isabel, me convencí de que la de la burocracia la solventaría con
facilidad. Error. España: hoy. Lo sospechaba pero… ahora me encuentro en
condiciones de afirmar que este no es el país que dejé. Y no es algo obvio. No
sé si será la crisis o los casi diez años que he estado fuera. Pero no deja de
sorprenderme cómo me han calificado allá a donde he ido a resolver algo: “emigrante
retornada”. Llevo más de un mes encontrándome con esa frase en boca de
distintos funcionarios. “Ah sí, española retornada, tienes que pasar por Extranjería/
o por Hacienda/ o por la Conserjería de/ o por el Ministerio tal…”. No es que
haya perdido mis derechos de ciudadana, simplemente tengo que recuperarlos.
Para ello diversos papeles, certificados, trámites e idas y vueltas que acaban
con la paciencia de cualquiera, siempre contando con la posibilidad de que en
alguno de ellos te vuelvan otorgar el calificativo mágico de “española
retornada” y entonces como por arte de magia donde había un trámite surgen
tres. Peces, panes, trámites. No importa, todo superable, mirada estoica, mucha
paciencia, al toro.
Isabel
lleva la mayor carga de todo esto. Desde que llegamos está desorientada, como
perdida. Es lo normal, lo esperable, pero junto a esto se están manifestando algunos
síntomas preocupantes, mucha tensión. Tal y como sospechaba comenzó aquí su duelo de
Buenos Aires. Es ahora para ella cuando no están ni Ramiro ni Luciano ni Oki ni
Mía ni Esmeralda ni Catalina ni Romano ni Martina ni sus seños ni sus terapeutas
ni sus abuelos argentinos ni tita Pame ni su casa-sus cosas-sus juguetes, o los
colores y la luz de su habitación. La luz de Buenos Aires. Ahora. Ahora mi
pequeña registra cambios abruptos donde nosotros registrábamos pena y
despedidas. Ahora muestra su mirada perdida y su esfuerzo por volver a
encontrarse. Y como es propio en ella con su sonrisa interminable, con su
esfuerzo permanente por adaptarse a lo que venga, sean cambios en su cuerpo o
cambios a su alrededor. Con ese fondo de mirada impetuosa y ese cuerpo débil
que atrapa su voluntad.
El
efecto del cambio ha tenido consecuencias en ella. Y es difícil distinguir
hasta dónde se manifiesta un stress momentáneo y hasta donde lo que veo son cambios
por el avance de la enfermedad. Pero no es la misma. Mira y reconoce pero cada
vez interactúa menos. ¿O será el cambio? Son preguntas que me consumen durante
días hasta que veo una respuesta en ella y cuando vuelven a pasar días vuelvo a
perderme en el laberinto de hasta dónde es stress o cambio y hasta dónde
deterioro irreversible. Su vista fue lo que más me perturbó la imaginación las
primeras semanas. Detrás de su mirada perdida empecé a notar síntomas
distintos, fijación en las luces, falta de enfoque al mirar. Cuando una de sus
nuevas terapeutas me preguntó espontáneamente por su vista se me desató una alarma
en el estómago que empeoró cuando el neurólogo propuso una revisión de la vista
sin llegar a sacarle el tema. Y el colmo fue la noche antes de la prueba cuando
Martín y yo nos confesamos que sospechábamos que saldría algo mal con el
oftalmólogo, sin habernos atrevido a reconocer entre nosotros que
ambos notábamos algo.
El día
de la prueba creo que llegué a venderle mi alma al diablo a un precio muy bajo.
El especialista la observó con el
instrumental básico antes de empezar la prueba sin hacer un solo comentario. Nos dio las gotas para
aplicárselas y nos mandó de paseo media hora, el
tiempo en hacer el efecto necesario para poder examinarle el nervio óptico. Como si nos estuviera
mandando a oxigenar la cabeza antes de darnos una noticia terrible. Paseamos
por enfrente del Retiro, el parque que hay junto al hospital, y creo que nunca
me pareció tan horrible, tan desangelado y tan frío. Casi parecía un invierno
siberiano en medio de esta supuesta primavera. Ni media hora me pareció antes tan larga. Cuando entramos en la prueba
agradecí la oscuridad de la sala, por fin un poco de intimidad para descontracturar el falso gesto de mi cara que comprimía la
angustia que me recorría todo el cuerpo. Y fue en esa oscuridad donde creo que
sonreí de verdad, por primera vez desde que llegué a Madrid, al escuchar en el
acento andaluz del oftalmólogo la sentencia momentánea que necesitábamos para
empezar con la carga más liviana posible en esta ciudad: “esta niña está
perfecta, ve mejor que cualquiera de nosotros tres!” Pronunciado con el tono de quien pide una cerveza en la barra de un bar antes de una gran celebración.
Ya que
esa prueba salió perfecta el resto debería ser sencillo. Encontrar casa,
amueblarla, comprar coche, hacer trámites, colegios médicos y terapias,
acompañar a Martín en su nueva inserción, ordenar de nuevo la vida de Isabel,
buscar rutinas (esa rutina que nunca llega, que parece haber abandonado mi
vida), todo ello en tiempo récord. Y desarrollar paciencia para terminar algún
día los trámites. Pero todo parece ser algo alejado de cualquier rasgo parecido
a la sencillez. A veces siento que me quedé atrapada en aquella rara sensación
que tuve (que nunca había tenido) al subir al avión en Buenos Aires hace ya más
de un mes y medio. Martín y yo como dos sentenciados, con gestos inmóviles y
absoluta incapacidad para servirnos el uno al otro después de tanta despedida. Dos trapos humanos cargados de maletas y nostalgia y
toda esa novedad abrumadora por delante. Cada uno con nuestra carta manuscrita por
el amigo y amiga que vino a dar el último abrazo y que nos la deslizó en el bolsillo
con un “para que la leas cuando estés en el avión”, y que nos hizo llorar
conteniendo las lágrimas cuando el avión aún no había llegado a la altura de
crucero.
Y de
fondo de este mes y medio, un calendario mentiroso que me hace perder la noción
del tiempo, que me hace enredar días con semanas y con meses, borrar y tachar
una y otra vez trámites y direcciones de nuevos lugares en mi agenda, que me hace
tener esta sensación de que acabo de despertar de un letargo en el que la gente
nunca cambió el oye por el ché, el viste por el no veas, el sonido de guitarra por el del bandoneón o las aceras
impecables de Madrid por las veredas de baldosas sueltas de Buenos Aires. Que
me hace olvidar que Isabel llegó hace solo cuatro años, que antes tuve otra
vida también, y que la vida trascurría feliz y desenfadada en las mismas
esquinas que hoy vuelvo a transitar.
Y sin embargo no cambiaría este hoy por nada del mundo, porque hoy está Isabel.
Hola
Madrid, espero que nos llevemos bien, muy bien.
Madrid te quiere... recuerda que los grandes amores siempre tienen comienzos (y recomienzos) difíciles. ¡Gracias por volver a escribir!
ResponderEliminarTienes una fuerza y una sensatez que ya les gustaría a más de uno poseer y sobre todo, transmitir como tú haces. Aportas mucho siempre en todas las entradas, por lo menos a mí. Gracias. Muchísimo ánimo!
ResponderEliminarBea: un beso inmenso desde Buenos Aires. Seguí escribiendo. Pau.
ResponderEliminarMerci de nous faire partager votre vie et vos doutes le temps d'une lecture ou d'une relecture. Nous vous aimons, MLina & François
ResponderEliminarEl rostros q le afrecen una sonrisa,los labios q se la comen a besos,las manos q la ayudan a no caerse,los brazos q la rodean para darle calor...
ResponderEliminarLa carita d mama,papa,abuelos,tios,amigos......m alegro d q los ojitos d isabel puedan seguir viendo td lo q le transmitis,el mundo q le rodea,ese mundo q haceis q td sea mas facil para ella.un bso enorme!!!!
Madrid os estaba esperando con los brazos abiertos