Mi historia era la de cualquier mujer que creció feliz y tuvo una vida de oportunidades. La de cualquier mujer que pudo realizarse, descubrir mundo y elegir entre muchas opciones qué vida quería tener. Después mi historia fue la de una mujer que se enamora y se casa con el hombre de sus sueños y juntos buscan proyectarse en una familia. Después llegó Isabel, la luz, el re-descubrimiento de la esencia de las cosas, la proyección de mí misma, el futuro. Futuro. ¿No es eso lo que los niños traen a una familia? Futuro, proyección, ilusiones, esperanza, planes, orgullo. Y asombro. El asombro maravilloso que nos devuelve a nuestro estado originario, que nos invita a apreciar las cosas desde una óptica sencilla. Hasta aquí una historia común.
Antes de divagar quiero aclarar de qué va mi historia. Hoy. Con tres años y medio Isabel fue diagnosticada con la enfermedad de Tay-Sachs. Una enfermedad neurodegenerativa que va despojándola de todas sus facultades y que no tiene cura. El médico que la diagnosticó nos dijo que probablemente llegaría a los cinco o seis años de edad. Se acabó el futuro, la proyección. Se acabó todo. Solo nos quedó el asombro, y junto a él el dolor, la impotencia, el terror, la exasperación de acompañarla en este camino.
Este es nuestro desafío. Hoy. Criar a una niña que probablemente no estará mucho tiempo con nosotros.
Olvidarnos de todos nuestros planes y sueños para ella. Borrar de nuestra
memoria y nuestras estanterías todo aquello que un día leímos para ser mejores
padres, para estar orientados en el desarrollo de un niño. Si se alimentó el
tiempo suficiente de la leche materna para desarrollar un buen sistema
inmunológico, si asistiendo a clases de música estimularíamos su creatividad,
si asistiendo a la escuela desde bebé desarrollaría mejores habilidades sociales, si
leyéndole cuentos despertaríamos su imaginación...
Todos esos estándares que
nos imaginamos que ayudarán a que nuestro hijo sea mejor, desarrolle ciertas
virtudes, fomenten sus habilidades o le den una educación más correcta, se
evaporaron aquel día. “Piensen que ahora que tenemos un diagnóstico certero
podrán plantearse la posibilidad de reproducción asistida para tener hijos
sanos” nos dijo su médico. Como si nos dijera, olvídense de Isabel, ella
vino fallida, no pertenece a este mundo. “Hay que centrarse en darle una vida
lo más digna posible”, sentenció. Una vida lo más digna posible.
De repente la vida se
transforma en el día a día. El futuro es una idea borrosa y casi inexistente.
Tengo que acostumbrarme a la idea de que Isabel dejará de caminar y después de
eso pasará de una sillita de ruedas a una cama. Que no la escucharé nunca más
decir mamá, correr a los brazos de su papá cuando llega a casa. Que todo lo que
tengo hoy es una risa divertida y escandalosa y que tengo que aprovecharla
mientras dure. Y no vale lamentarse, no caben las preguntas. Porque ella hoy
está aquí, a mi lado. Y eso es posiblemente el mayor regalo que me dé la vida.
“Deben cuidarse entre
ustedes”, nos dijo más de un especialista. ¿Depresión, enojo, porqués?
No sé, tal vez lleguen si un día Isabel no está con nosotros. Lo que está claro
es que ahora vivimos en un constante estado de alerta. Y el único cable a
tierra es cuidar de Isabel, estar a su lado, darle todo lo que ella necesite.
Correr de un médico para otro cada vez que hay que hacerle un estudio nuevo,
buscar nuevo equipamiento, prepararnos para la próxima intervención o prueba
que hacen a su “calidad de vida”. Y estar con ella, decirle cuánto la queremos,
porque ella entiende, ella sabe.
Isabel es una guerrera
encerrada en el cuerpo de una muñeca de trapo. Sí, ella entiende y sabe. Ella
se frustra y sufre. Pero se repone muy rápido. Es una luchadora. Tiene aún esa
inteligencia innata, ese instinto de supervivencia con el que llegamos a este
mundo. El entendimiento simple de las cosas. Ella comprende y acepta con
naturalidad, me enseña a entender la vida, a vivirla a partir del caos. A estas
alturas, cuando el camino parecía ya estar marcado.
Empiezan a desaparecer prejuicios,
tantos conceptos asumidos sobre el orden de las cosas, sobre el lugar de
nuestras pequeñas vidas en el universo. Todo lo que aprendí durante el
embarazo, mis expectativas y planes sobre este bebé, se esfuman. No sucede en
un instante, va sucediendo, es un proceso. Aprendo a vivir cada día, a renacer
cada mañana y a conciliarme con la vida (el destino, las fuerzas del universo,
dios, como cada uno lo quiera llamar) cada noche. Ya no tengo desafíos por
delante, mi objetivo en esta vida es hacer reír a Isabel, darle todo el
chocolate que quiera, ejercitar su cuerpo de la forma más divertida posible.
Adiós al resto de metas. Enseñarla a dormir sola, mostrarle cuándo decir
gracias a los demás, ayudarla a dejar el pañal, pensar en el colegio más
conveniente, tratar de que aprecie la música, ponerle dibujitos interactivos.
Adiós a todo eso. Tengo tres importantísimas misiones que cumplir. Tengo que
cultivar ferozmente mi lealtad hacia mi hija para que en el transcurso de esta
enfermedad no me abandonen las fuerzas. Tengo que ser positiva porque hoy está
conmigo y ella sabe cuándo estoy positiva, nos retroalimentamos la una de la
otra de esa energía. Y tengo que quererla salvajemente, ese es mi principal
cometido, amarla descarnadamente, haga lo que haga, sienta lo que sienta, pase
lo que pase. El resto de las emociones son secundarias, incluido el miedo a
perderla.
Muchas personas, incluso
médicos de Isabel se han imaginado la tortura mental que nos debe suponer la
terrible pregunta de “¿por qué a mí, por qué a mi hija?”. Extrañamente no hemos
caído en ella. En este presente a contra-reloj no tenemos tiempo que perder.
Nuestra pregunta siempre ha sido “cómo”. Cómo hacer para lidiar con esto, qué
científicos pueden estar investigando una posible cura, qué sería lo mejor para
buscar oportunidades para Isabel, “dónde”, aunque sean un riesgo en sí mismo.
¿Qué más podemos perder? Esa es la otra parte de nuestro presente, porque la
especie humana tiene ese componente de supervivencia que aflora ante el
panorama más negro.
Y ese es nuestro gran
desafío, aceptar la realidad del diagnóstico pero no dejar que la esperanza nos
abandone, porque de esa esperanza se nutre nuestra energía de hoy. Cualquiera
de nosotros daría la vida por salvar a Isabel. Cruzaríamos a nado el océano,
pondríamos el cuerpo ante cualquier sacrificio, lucharíamos solos una guerra
ante el enemigo más implacable, si eso pudiera contribuir en algo. Pero la
realidad es que tenemos que compaginar esta enfermedad con la vida diaria. Y
querer a lo bestia a Isabel, es
nuestra única tabla de salvación.
Ahora duerme a mi lado. Su
respiración es profunda. De vez en cuando tose, algo que alertaría a cualquier
madre y que a mí me alegra el corazón porque la siento tan viva. Mientras
escribo mi brazo roza su pelo y ese tacto tan suave me electriza todo el
cuerpo. Cada tanto se mueve violentamente para cambiar de posición. Cualquier
ruido la sobresalta, pero rápidamente recupera el ritmo pausado del sueño. Y su
olor dulce de nena mezclado con el perfume del jabón del baño me llena los
sentidos. Hoy entiendo de qué se trata la maternidad: no tener expectativas de
sentirme la madre más orgullosa por los logros de mi hija; simplemente sentirla
a mi lado, aprender a disfrutarla tal y como es. Y saber que esta pequeña escena está llena de algo que no sé si me
atrevería a llamar felicidad, pero que seguro sí llamaría plenitud.
No sabemos a qué velocidad avanzará la medicina en este frente,pero aguardaremos esperanzados.Mientras tanto,la tita farmaceútica apoya incondicionalmente el tratamiento actual que todo lo cura y que su mamá tan fielmente le aplica: Amor en dosis masivas a cualquier hora!!!
ResponderEliminarIsabel es una niña muy dulce, que trasmite alegría a los que la rodean con su sonrisa constante. Su alegría es fruto de esfuerzo desmedido de sus maravilllosos padres (sin olvdar los desvelos de abuelos y tíos)y de esa fortaleza con la que parecen contar quienes han venido a este mundo a padecer.
ResponderEliminarMi hijo Ignacio (de 4 años), para consolar a su hermano Carlos (de 4 meses) le dice: "No llores bebé, que te queremos mucho". Pues eso: SONRÍE ISABEL, QUE TE QUEREMOS MUCHO.
Bea. eres enorme. isabel es una criatura maravillosa.
ResponderEliminarBea.....sin palabras.....
ResponderEliminarT admiro d una forma.descomunal
valiente.....,fuerte..... y con ganas d seguir amando
No t rindas
un bso fuerte,muy fuerte
Lei esto apabullada de una mezcla de emociones en mi cuerpo, con mi hija Cami a upa. Ella solo emitio unas palabras: "por favor, qué linda que es Isabel!", al ver la foto de la portada. Ese es nuestro resumen, después de verla nacer y de crecer juntas... no solo me refieros a la nenas....Bea, la vida nos encontró. Y juntas seguiremos. Las amamos!
ResponderEliminarHola supermadre! Mientras me corren las lágrimas por las mejillas.... Vuelvo a revivir parte de mi experiencia...Lo explicas todo estupendamente y... La vida nos da estos palazos, es increible que tengamos que pasar por aquí para apreciar la vida y aprender, de est@s enan@s llenos d amor y felicidad,las cosas importantes y esenciales de la vida.
ResponderEliminarEste día 20 d Marzo mi princesa cumpliría 5 años, palazo de la vida! Quiero daros un beso enooooorme y sobre todo mucho amor a Isabel, de la que sin daros cuenta vais a aprender muchísimo, porque son niños especiales que os van a llenar de felicidad cada segundo.
Noelia..mamá de Clara, la princesa valiente.
Gracias Noelia por tu comentario tan valioso, y por tomarte el tiempo de leer este blog, imagino que habrá detalles que te hagan revivir tu experiencia, por lo que mi agradecimiento es doble.
EliminarTe mando un beso enorme, y otro para tu princesa, que seguro te sigue acompañando en tu día a día. El próximo cuento que me invente para hacer dormir a Isabel será en honor a tu princesa valiente, Clara.
Un abrazo,
Beatriz