Hay muchos días que marcan
el camino al lidiar con una enfermedad terminal que va tomando poco a poco a un
hijo. Muchos padres hablan del día del diagnóstico, pero hay otros días que quedan
marcados en la memoria para siempre, que no responden a ningún evento singular.
Recuerdo perfectamente la última vez que Isabel dijo “Mamá”. Un sol austral y
cambiante, como queriendo ser de primavera pero con luces invernales aún se
colaba por el ventanal de nuestro salón, provocando un efecto cristal en sus
ojos oscuros, haciéndolos parecer casi negros. Reía y jugaba con algún trabajo
manual que acababa de traer de la escuela, desparramaba su merienda por la
mesita del salón, me mirada divertida como esperando que empezase algún juego y
me dijo “Mamá”. Pronunció esa palabra cuando ya empezaba a ser difícil
escucharle decir dos sílabas seguidas.