“El héroe moderno, el
individuo moderno que se atreva a escuchar la llamada y a buscar la mansión de
esa presencia con quien ha de reconciliarse todo nuestro destino, no puede y no
debe esperar a que su comunidad renuncie a su lastre de orgullo, de temores, de
avaricia racionalizada y de malentendidos santificados. “Vive – dice Nietzsche
– como si el día hubiera llegado”. No es la sociedad la que habrá de guiar y
salvar al héroe creador, sino todo lo contrario. Y así cada uno de nosotros
comparte la prueba suprema – lleva la cruz del redentor -; no en los brillantes
momentos de las grandes victorias, sino en los silencios de su desesperación
personal.”
El héroe de las mil
caras. Joseph Campbell
“Esto es la vida, Bea.
Esto”. Andaba últimamente con ideas secas y palabras agotadas. Y entonces
llega alguien con una frase sencilla pero llena de elocuencia para recuperar el
equilibrio.
“Esto es la vida, Bea. Esto. Y no es peor o mejor de lo que esperábamos, simplemente es dura y no sabíamos qué implicaba eso”. Mi amiga Susi me atraviesa con sus ojos azules y su mirada sincera, cómplice, directa. Honesta. Estamos en la plaza Santa Ana tomando cervezas en una terraza disfrutando del verano que ya se hace con Madrid, rodeadas de mesas llenas de gente que habla animadamente. Somos una mesa más. Sin embargo nuestra conversación sobrecogería a cualquiera que vaya con ganas de frivolidad. Hablamos de la vida y volvemos de forma recurrente a nuestra maternidad (Gonzalo con Síndrome Down, Isabel con Tay Sachs) y sentimos que a pesar de toda nuestra historia juntas, nada nos puede unir más que la empatía que sentimos la una por la otra en este presente inesperado.
Hablamos de los demás, es inevitable. Y en ese recorrido nos
damos cuenta de lo complicado que es para muchos de nuestros afectos asumir
nuestra situación actual, las reacciones inesperadas de los amigos se
multiplican. Hay algunos que parecieran haber leído el manual del perfecto
amigo, hay otros que a día de hoy sé que no volverán a pertenecer al círculo
más íntimo. Sí, la enfermedad de Isabel ha alejado de mí a algunos amigos que
sé que no volverán a serlo (y que no me importa que no vuelvan a serlo, la
verdad). Y hay otros amigos que transitan como pueden, más o menos cerca,
aprendiendo con nosotros, o a destiempo, descubriéndonos este laberinto. Es raro, pero últimamente me sucede que a veces me siento
mejor con personas que no salen de mi entorno personal. Por ejemplo con las
terapeutas de Isabel. En pocos lugares tengo tanta paz como cuando estoy en una
sesión, observando las reacciones de Isabel, aprendiendo de ella, pero sobre
todo aprendiendo de la vocación inequívoca de sus terapeutas, de su conexión
con ella, tan natural, instantánea. Será el efecto mudanza. O será que estoy
totalmente abstraída por mi hija.
Fuera de ahí el mundo es una montaña rusa. Conecto.
Desconecto. Me intereso. Me desintereso. Tengo claros mis intereses, mis
objetivos diarios y dedico cuando puedo y como puedo tiempo a las cosas que también son importantes.
Tiempo, recurso escaso estos días. Sigo interesada en los problemas
de los demás. La diferencia es que ahora puedo sopesarlos con una rara
objetividad que se me antoja más acertada. Bueno, a veces no me interesan un
carajo. Claro, eso a lo que algunos llaman problemas y no son más que
estupideces.
Isabel tiene días buenos, pero algunos son muy malos. Ha
perdido peso, se ha quedado un poco flaquita por los problemas que tiene con
sus secreciones, que le causan transtornos deglutorios y constantes fiebres. Todos
tenemos días buenos y días malos, me digo. Así van transcurriendo los días en
esta no rutina llena de horarios dispersos, atención constante y largos paseos.
En general trato de no engañarme, sé que Isabel sigue pegada a esa curva
descendente que le marca esta enfermedad, ahora le aparece un gesto espástico
en el pie derecho, cada vez más marcado, que me deja claro que debe estar
produciéndose una inevitable acumulación de gangliósidos en el hemisferio
izquierdo de su cerebro. Pero, ¿para que saco estas conclusiones yo sola??? Está
claro que la neurología será un campo inexplicable para mí por mucho que lea y
me esfuerce en entender esta mierda de enfermedad.
Y sin embargo vivo con eso. Hay días que saco fuerza de
flaqueza de debajo de las piedras (en realidad de su sonrisa, que me recarga
las pilas de forma automática) y que me enfrento a esos cambios con más juego,
más estimulación, más mimos y más esfuerzo para que Isabel tenga un día
perfecto. En mi cabeza resuenan los ecos de los escritos y dichos de algunas
mamás que no decaen en la lucha y de algunos de los médicos que siguen a Isabel
(“keep her healthy and active with the
therapies - haz todo lo que los médicos te indiquen, lucha por su día a día –
dear parents, we are closer to a cure than ever before, hope is on our side,
don’t loose faith - nuestros científicos ya hablan de ensayos clínicos para
2014 – keep on with hope, we need mothers like you to raise awareness and reach
a cure”). Son frases que escucho constantemente. En mi cabeza. Ecos. Como
voces de un documental.
Y también las de mi familia, lo que leo en los papers
científicos que rastreo, los e-mails que intercambio con los especialistas de
Cambridge, que casi memorizo, lo que dicen otros padres, bueno y malo, lo que me dicen las
personas cercanas a mí, mis amigas (“Admiro tus formas, sigue así”), los mimos de mis hermanas para Isabel, las
miradas tristes de Martín cuando Isabel ha tenido un mal día y las miradas
alegres cuando se olvida de todo y juega con ella y la hace saltar en sus
brazos, y la esperanza inagotable de mi madre (“la medicina hoy avanza muy rápido, lo veo en mis pacientes en el
hospital, los niños con Gaucher ya no se nos mueren”).
Es un cóctel explosivo, a veces me hace de carburante, me da
fuerzas, me levanta. Y a veces me agota, se manifiesta físicamente (como me
decía una amiga en Buenos Aires durante tanto tiempo, “tengo miedo de que todo esto se te haga carne”). Se hace carne sí,
por fin entendí el concepto de somatizar. Generalmente en forma de jaquecas,
tendencia que desarrollé hace unos años. Son unas jaquecas intensas pero
traidoras, que laten de fondo y que tardan un par de días en irse, que no me
hacen encerrarme ni parar, pero que me mantienen de mal humor y desconcentrada mientras
duran. En otras ocasiones me sangra la nariz, es algo que empezó antes de tener
un diagnóstico, cuando asumimos que las terapias serían algo que
acompañarían a Isabel durante toda su infancia (qué lejos estábamos de la
realidad!), y que me sorprenden después de un día estresante.
Desde que llegamos a Madrid hemos recibido un par de malas
noticias sobre las posibilidades de tratamientos alternativos a la espera de
una terapia génica. Los cultivos de Isabel no responden a drogas experimentales.
Además hemos empezado a lidiar con nuevos especialistas. Una nutricionista
vigila de cerca el peso de Isabel porque en cuanto se empiecen a acentuar los
trastornos deglutorios habrá que hacer un tubo gástrico para poder alimentarla
bien. Creo que es uno de los fantasmas que más nos asustan a Martín y a mí desde hace al menos un año. Pero los médicos lo mencionan cada vez más. También
hemos conocido al pediatra especialista de cuidados intensivos. La primera
pregunta que nos hizo en nuestra primera entrevista fue que si nos asustó
cruzar ese umbral del hospital, el que separa la normalidad de la desesperanza a
través de un largo pasillo bien iluminado cuya puerta al fondo muestra en
letras grandes y azules una frase que
condensa todo: “Cuidados Paliativos”. Siento que entro al infierno, cada vez
que cruzo esa puerta, que entro a una tierra donde nadie me va a dar
soluciones, solo consuelos vanos y palmaditas en la espalda. Cuidados
paliativos.
Hoy escuchaba en la radio el accidente de un autobús en el
que murieron 9 personas, algunas de ellos niños, en Ávila. Cuando el locutor
hablaba con un psicólogo sobre el operativo de contención que estaban montando
para las familias de las víctimas en un pabellón municipal, me imaginaba
(salvando las distancias) a esos padres cruzando ese umbral y descubriendo
sobre sus cabezas, al final de un largo pasillo bien iluminado una puerta al
fondo con letras grandes y azules que decía “Cuidados Paliativos”. Intentaremos
consolarte, pero estás jodido.
En “El héroe de las mil caras” Joseph Campbell analiza la
psicología del mito de todos los tiempos para llevarlo al terreno de lo
cotidiano, a la vida mundana de todos los hombres. Los hechos no deseados, los
imponderables, están presentes en nuestra vida mucho antes de que podamos
siquiera atisbarlos, son inevitables, a todos nos aguardan en algún momento.
Es ese el camino del héroe, que no nace como tal, si no que se va haciendo al
caminar. Cuando la vida nos pone un desafío podemos ponernos una coraza y
quedarnos en el borde del camino, al resguardo de las preguntas difíciles,
empeñados en negar la realidad, o simplemente incapaces de asumirla. O podemos
ir en busca de las respuestas, y asumir los riesgos que eso conlleva. En ese
camino la seguridad se aleja del héroe, lo pone al borde de la muerte o la
desesperación obligándolo a utilizar recursos que ni siquiera sabía que poseía,
a sacar fuerzas cuando ya estaba por darse por vencido. El héroe no tiene
poderes mágicos, somos nosotros mismos en la búsqueda del sentido real de la
vida. Todo suma, nuestras palabras y hechos, pero también nuestros silencios y
cobardías. Todo eso son las respuestas. Y cada pregunta que se hace el héroe es
una muestra más de su valentía. Cada respuesta sincera una experiencia transformadora,
un encuentro con la esencia más sencilla de las cosas, con el amor, la amistad,
la honestidad, el logro, la solidaridad, el altruismo. La vida
no tiene que ser fácil o feliz, tiene que ser plena, y a través de todas las
etapas que atraviesa el héroe hasta que llega a serlo, esa plenitud se va
materializando en su interior.
El libro de Campbell muestra a través de personajes
mitológicos, dioses o cuentos populares, cómo en el mundo real el hombre
atraviesa las etapas del héroe y va entendiendo el sentido de la vida. Al
extrapolar cada una de las fases que atraviesa el héroe a la psicología de
Freud o de Jung, desentraña cómo la mitología está hecha a partir de la esencia
del hombre y los conflictos internos, traumas y superaciones son las mismas con
las que toda persona con un desarrollo psicológico normal se enfrenta a lo
largo de su vida. La mayoría de los directores de cine de películas épicas han
leído a Campbell. Es el guión básico de Ben Hur, Superman, las películas de Eastwood,
la saga de Batman o de la Guerra de las Galaxias. El libro brilla al humanizar
a los dioses, al convertir en héroe a tu mejor amigo, a cualquiera de nosotros. El héroe interior que
todos llevamos dentro, y que no todos nos animamos a desarrollar, a
externalizar, porque hay un precio, un sacrificio, un tremendo esfuerzo al
hacerlo.
Uno de los comentarios que mas me impactó de boca de una
madre de un nene con Tay Sachs fue éste: “Desde que mi hijo fue diagnosticado
con Tay Sachs soy una persona mucho más positiva”. Otro fue: “Me quedé
embarazada sin buscarlo e inmediatamente los médicos nos hicieron las pruebas
genéticas para ver si el embrión tenía la enfermedad. Me ofrecieron ya de paso
buscar otras enfermedades como el Síndrome de Down, pero lo rechacé. Si he
podido cuidar de un hijo con Tay Sachs, qué miedo puedo tener si mi bebé nace
con Síndrome de Down?” Estas madres me parecen auténticos héroes cuando dicen estas
cosas. Cuando muestran como han aceptado, como se han enfrentado, como han
soportado el día a día, como han sabido extraer su esencia con una honestidad
tan brutal. Y me vuelven las palabras de mi amiga: “Esto es la vida, Bea”. La
vida que relata Campbell a través del héroe interior que hay en cada dios,
príncipe o mito, en cada persona que nos rodea. En nosotros mismos.
La semana pasada al salir de una consulta de rutina con el neurólogo y
tras una larga charla, como es habitual, uno de los residentes me dijo al
despedirse: “Felicidades Mamá, por tu
actitud. Estamos acostumbrados a que con este tipo de pacientes las consultas
sean dramáticas y no a que nos acepten consejos terribles con sonrisas”. Me
dieron ganas de decirle, “y qué quieres
que haga, que me tire por la ventaba, imbécil?” Pero mis buenos modales me
hicieron despedirme con una sonrisa más. Y entonces me acordé de una terapeuta
ocasional de Isabel en Buenos Aires a la que una vez me dieron ganas de
contestarle lo mismo después de que me dijera, “Tú con la carga a la espalda pero siempre respondiendo con una
sonrisa, no? ¿Cómo lo haces?” ¿Qué piensa la gente de mí cuando me observa? “Pobre
mujer, con una hija enferma, qué mierda de vida le ha tocado vivir…” ¿Qué se supone que harían en mi
lugar? ¿Renunciar a todo? ¿O creen que ellos tendrían la posibilidad de subirse
a un cohete espacial como quien está en una película de Misión Imposible para
ir junto a Tom Cruise en busca del antídoto milagroso a la luna? No les quedaría más
remedio que hacer lo mismo que yo, cuidar de su hijo y tratar de encontrar a
los mejores especialistas para buscar una solución. Pero sobre todo, cuidar de
su hijo, vivir el día a día, disfrutar de la rutina junto a él. Eso es lo que
yo hago, disfrutar cada día que pasa junto a Isabel, no pensar en tirarme por
las ventanas (aunque a veces pudiera ser una tentación).
Hace unos años pasé una pequeña temporada en Calcuta
trabajando como voluntaria. Me resultó muy fácil adaptarme, más de lo que
pensaba, a pesar de que en los primeros días me cuestioné repetidamente qué se
me había perdido en la otra parte del mundo y porqué tenía que darme esas
palizas de trabajar en un lugar donde al fin y al cabo pasaría desapercibida,
mientras las ganas de correr al aeropuerto y volver de regreso a casa se
iban mitigando. Dos ideas me sobresaltaron durante toda mi estancia. ¿Cómo era
posible que existiera tanta miseria alrededor de todas aquellas personas que en
vez de tomárselo de forma dramática, eran perfectamente capaces de vivir
felices? ¿Por qué no hacían algo, una revolución social, un golpe de estado
civil, tirarse por la ventana, algo? ¿Cómo alguien podía asumir un nivel de
pobreza tal que su cama fuera cada día un peldaño distinto de la calle y la
almohada de sus hijos su propio estómago? ¿Cómo podían cocinar y comer en la
calle y compartir esa cena –granos de arroz flotando en un caldo viscoso- con
la familia de al lado de forma tan alegre? ¿Cómo se despertaban al día siguiente
sintiéndose descansados y tenían ánimos para lavarse en una especie de aseos
públicos que había en las esquinas e incluso ponerse guapos e irse al templo a
rezar, o a trabajar, o a la escuela? Es decir, ¿cómo podían aceptar su propia
vida? ¿Cómo podían proyectarse en ella?
La otra gran sorpresa fue una idea más global, más humana
quizás. ¿Cómo era posible que existiendo tantas vidas, tantas familias con
tantos problemas vitales, reales, verdaderos, tangibles, agobiantes,
terminales; cómo era posible que pudiera seguir tomándome en serio los
problemas de mi primer mundo –y que volvieron a ocupar su lugar cuando regresé
a él-? ¿Cómo pueden existir los problemas que la gente piensa que son
problemas? Estoy harto de mi trabajo, tengo crisis matrimonial, no me gusta mi cuerpo,
mi mejor amiga me jugó una mala pasada, estoy aburrida de la vida que llevo, fulanito no me hace caso, estoy cansada de llegar de trabajar y que mis hijos se porten mal o no se
terminen la comida o se acuesten tarde, estoy harto de pagar la hipoteca,
quiero que me toque la lotería. ¿En serio?
Había proyección en todas aquellas situaciones en Calcuta. Por eso que creo
que son “sobrevivibles”. Hoy duermo y como en la calle, pero lucho para que mis
hijos tengan un futuro mejor y lleguen a tener su propia casa. Hoy no voy a hacer
ninguna revolución social porque estoy ocupado recogiendo cartones por la
ciudad para venderlos y conseguir dinero para su material escolar. Hoy pago la
hipoteca porque puedo permitirme tener un techo y soñar con que un día esta casa será mía.
Esta es mi realidad. Hoy cuido a Isabel para que le baje la
fiebre, la alimento aunque me lleve horas porque tiene que engordar, su estado
energético es crucial en su día a día, me paso la noche en vela (como ahora)
junto a su cama cuando no respira bien por culpa de sus secreciones. Y todo
ello sin recompensa, sin redención. Criar a un hijo no es fácil para nadie,
todos los padres hacen malabarismos y sacrificios, pero siempre con la
perspectiva de un final positivo, el niño mejorará, retomará su vida normal, el
esfuerzo tiene su recompensa. El esfuerzo de los padres de niños con enfermedades terminales es doble. Isabel nunca se recupera
del todo, siempre necesita asistencia, pero nunca habrá recompensa. Todos mis
esfuerzos son vanos, la ayudan a estar un poco mejor, a salir de un agujero
más, pero inevitablemente cada día esta enfermedad seguirá tomando un poco más
de ella, cada vez los cuidados serán más intensos, llegará un día que todos
sean bajo el umbral de “Cuidados Paliativos”. Al contrario que los héroes de Joseph Campbell, no puedo imaginar un final para
esta película en el que Isabel corra alegre por una playa, libre de la enfermedad.
Correr... me he encontrado tantas veces mirando a otros niños correr, algo tan natural para cualquiera y tan imposible para Isabel.
Esto es la vida. Y hoy soy más consciente que nunca de que
he tenido una vida fácil, a pesar de sus dificultades. De que la mayoría de la
gente que me rodea tiene una vida fácil. Y también de que hay gente con
problemas de verdad. Y sobre todo que hay mucha gente que se queja de problemas
menores o de estupideces superficiales, mientras se olvida de todo lo que tiene
a su alrededor y deja pasar los días de forma inútil. Cada día es un tesoro. Para todos. Incluso para el que está en el pozo más oscuro, porque aún tiene la
posibilidad de ser creativo, de mirar hacia arriba, de aprender a salir. De
tratar de descubrir el camino del héroe, su propio camino interior. Cada día de
mi vida es un tesoro, a pesar de lo duros que son. Mi vida no es una mierda.
Que nadie sienta lástima por mí. Mi vida es grande. Y a pesar del dolor que arrastro a través de los días, yo soy consciente
de lo que significa mi vida. Y la de Isabel.
Lástima.
ResponderEliminarTe voy a decir quién me da a mi lastima. Realmente a mi me dan lástima las señoras que son madres y abandonan a sus hijos en manos de una asistenta para hacer su vida. Para hacerse sus retoques en el quirófano, aquellas a las que no ha cambiado nada su vida, ni una pizca, por ser madres. Porque no son capaces de mirar a sus hijos, no son capaces de regalar un minuto de su tiempo a sus niños por no perder su posición social, por no hacerse un cardenal en sus super piernas, por no estar más cansadas de la cuenta para ir al gimnasio. Las que siguen viajando como si no hubiera un bebé esperando en casa que las necesita casi tanto como respirar. Conozco pocas así, pero aunque parezca mentira, alguna conozco. Me dan lástima las oportunistas de última hora que tienen hijos con famosos y que al minuto se separan, privando a los niños de un entorno familiar consistente. Me dan lástima las madres que maltratan a sus hijos, a veces llevándoles a la muerte. Me dan lástima todas ellas. Y sus hijos por las madres que les ha tocado tener.
Parece mentira. Hace años la vida nos juntó en la época universitaria, nuestra mayor "ocupación" era estudiar en febrero y junio, saber qué nota sacaría en el próximo examen, en qué bar o casa nos juntaríamos el jueves, viernes y sábado y cuál sería la siguiente parida de Gabriel (por cierto, a cada cual más gloriosa). Y nuestra mayor recompensa las vacaciones en nuestro sitio. Tú a Almería, y yo a Palma. Bueno, igual no era tan simple, pero sí efectivamente muy fácil.
Hoy nos volvemos a juntar como Madres Dragón. Madres de Élite he leído esta mañana por ahí. Me ha encantado. Madre de Élite. Porque eso somos, Bea. Nos ha tocado cuidar de un Ángel especial, un Ángel con las alitas tocadas. Un Ángel al que valoramos por encima de todas las cosas. Les regalamos todo el tiempo de nuestra vida, todos nuestros esfuerzos físicos y emocionales para hacer su vida mejor. A veces lloramos, a veces reímos, a veces nos distraemos, a veces nos encerramos, a veces socializamos, a veces caemos y siempre nos levantamos. Es lo que hay, porque sabemos que la actitud positiva es el camino a la espera de respuestas... Tú con la esperanza del milagro para tu Isabel (estoy con tu madre, todo avanza a la velocidad del rayo en los tiempos que corren. También tengo la esperanza de que ese milagro algún día llegará), y yo a la espera de que llegue la "conexión madre" que haga que las pequeñas conexiones que van formándose en el cerebrito de mi Patricia haga que por fin camine erguida, haga la pinza con las dos manos, que hable, que respire sin abrir la boca, que me entienda como me entienden cualquiera de mis otros hijos.... A mi al principio me decían eso de "qué bien lo llevas", y yo pensaba exactamente lo que has escrito tú... "¿Y tú qué harías en mi lugar?" A día de hoy sospecho que no todo el mundo está preparado para esto. Hay gente que abandona niños sin problemas, cómo no van a abandonarlos si tienen problemas. Es fuerte, pero les abandonan. No sobrevaloremos a según quién. El mundo está repleto de gente genéticamente compatible con la normalidad pero tremendamente ignorante y con una inteligencia emocional que bordea la anormalidad. Ante todo, no nos hagamos mala sangre. Nosotras a lo nuestro.
Ah, y por cierto, "doble esfuerzo para nada" ni hablar. A día de hoy, a mis 38 palazos, hay situaciones en las que tan solo las palabras de mi madre son capaces de calmarme. Como yo le digo "eres mi Pepito Grillo". Así que aunque solo sea por la paz y el bienestar que le proporcionan tus cuidados, tu voz, tus caricias a Isabel, valen el doble que los de una madre normal. Porque tú eres una Madre Dragón. Una Madre de Élite. La mejor que le ha podido tocar a tu Ángel, Isabel.
Cris
Gracias Cris, como dicen en Argentina, me hiciste lagrimear, ché...
EliminarBea querida, esto es la vida... todo definimos "problema" en la dimensión propia que nos toca vivir. Y asi los transitamos. Los recursos emocionales con los que contamos, nos permiten o no encuadrarlos, y saber hasta donde realmente merecen ser dramatizados.... Ya te dije más de una vez, que tenes una integridad qeu admiro profundamente. Yo vivo cuestionando mi identidad partida, y probablemente eso me lleve a valorar tanto la tuya. Pero es esa identidad y esa integridad que hacen de tu vida un laberinto de lucha y aprendizajes en una racha de mierda que tenes por delante. Nada quitará mi admiración hacia vos, ni me amor hacia Isabel... Te quiero, te extraño.... y agradezco a la vida y a la F.E. que nos haya cruzado... Cruzando el oceano te sigo pensando a diario.... pronto tendremos que poder tomarnos una copa juntas hermana!!!!
ResponderEliminarSabia que esto se iba a hacer carne... por favor, cuidate!!! Isabel y muchos otros, te necesitamos!
Bea es increíble leerte quisiera estar contigo y simplemente abrazarte haría que el tiempo vuelva atrás y simplemente que la vida no nos haya separado tanto no tuvimos tiempo de conocernos realmente. Pero ni importa la vida es un aquí y ahora tu lucha y la de todas las madres de estos angelitos con diferentes síndromes son realmente impensables pero es así es instinto o simplemente una palabra sobre utilizada que se resignifica ante estas situaciones es el amor elueve montañas calma heridas te hace sonreír a las adversidades y a esta el el amor en los ojos de Isabel que paradójicamente te inyectan vida los quiero y quiero estar cerca aunque este lejos Guadalupe figueroa
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